A pesar de haber cerrado hace casi un año su triestrellado restaurante Sant Pau, Carme Ruscalleda sigue al pie del cañón. Con los menús del Moments de Barcelona y el Sant Pau de Tokio (ambos cuentan con dos estrellas Michelin), compartiendo sus conocimientos allá donde se lo pidan, e investigando en Cuina estudi, su laboratorio gastronómico. Dentro de poco más de un mes, San Sebastián Gastronomika le va a hacer entrega del premio Homenaje, como reconocimiento a la trayectoria de esta mujer que fue la única chef femenina en tener siete estrellas Michelin. Una excusa perfecta para hablar con ella de su visión de la gastronomía, y del universo de los pintxos.
- Carme, ¿se duerme mejor sin la responsabilidad de tener un restaurante con 3 estrellas Michelin?
- En mi vida, continúo trabajando con compromiso, entrega y creatividad. Cuando los medios me preguntaban por el cierre, yo les decía que en adelante iba a vivir en constantes vacaciones, porque cuando cerraba el Sant Pau por vacaciones, cerraba ese restaurante, pero tenía todo lo demás abierto: abierto en Tokio, abierto en Barcelona, abiertos los contactos con empresas, escuelas… Por lo tanto, vivo en constantes vacaciones, porque el Sant Pau era la pieza que mayor compromiso y más horas me atrapaba, porque sentía el compromiso de estar en cada servicio. Por el staff que trabajaba conmigo, porque ahí todos sumábamos, yo era como la dinamo que transmitía todo ese trabajo, y también por mi compromiso con el cliente, que hacía un esfuerzo económico y el viaje por encontrarme ahí.
- Por lo tanto, principalmente te has liberado de la rutina de los horarios fijos.
- Exacto. Ahora dispongo de más tiempo libre, que he ocupado rápidamente con compromisos sociales vinculados a la cocina. Ahora más que nunca participo en cursos de formación para adultos, en institutos, en escuelas de primaria… Hay semanas que tengo compromisos diarios.
- Por esta respuesta tan entusiasta, intuyo que en ningún momento te has arrepentido de esa decisión.
- No. De hecho, he de decirte que es una decisión muy hablada y meditada. Con mi marido teníamos muy claro que nunca lo cerraríamos cansados y agotados. Había que cerrarlo con la máxima expresión, con la máxima ilusión de abrirlo cada día. Es triste entrar a un espacio de restauración y notar que sus líderes están agotados: eso se transmite a todos, al staff y al público. Llegamos a los 30 años, y pensamos que ese era un buen momento. Además, llevábamos 20 años más trabajados antes de abrir el Sant Pau, así que llevábamos 50 años de profesión a la espalda, ¡y con ganas de continuar!.